El oro negro de la gastronomía viene consumiéndose de forma habitual entre la población occidental desde hace menos de un siglo

Alos productos exclusivos se les ha atribuido en numerosas ocasiones un origen divino. En la antigua Grecia creían que los diamantes eran fragmentos de estrellas caídos del cielo; los llamaban “lágrimas de los dioses”. En Mesoamérica, los aztecas adoraban al dios del cacao, Quetzalcoatl. Ya en el siglo XVIII, Carl von Linné dio al árbol del cacao el nombre de Theobroma cacao, derivado de los términos griegos theos (“dios”) y broma (“alimento”): “el alimento de los dioses”.

El chocolate procede del Xocoatl, una bebida de cacao con especias. Desempeñaba una función crucial en las ceremonias reales y religiosas mayas; la consumían todas las clases sociales. Los mayas suministraron cacao a los aztecas que vivían en la meseta de México, donde el clima era demasiado frío y seco para cultivarlo. Con él elaboraban una bebida de la que disfrutaba sólo la élite: gobernantes, sacerdotes, guerreros y mercaderes.

Los europeos tuvieron conocimiento del xocoatl cuando, en 1519, llegó a México Hernán Cortés. Poco a poco, desde España, la bebida se fue introduciendo en la aristocracia europea. Ingleses, holandeses y franceses establecieron plantaciones de cacao en sus colonias tropicales; pronto importaron cacao a Europa. La revolución industrial trajo consigo una serie de innovaciones técnicas en el procesado de las semillas del cacao, que resultaron en la obtención de un producto sólido de consumo. En 1828, Van Houten patentó un método para prensar la pasta de cacao, que separaba una parte de la grasa en forma de manteca de cacao.

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