Diseñados con la estrecha colaboración de los cocineros y conectados con la Red 2.0
En el siglo XX, las técnicas derivadas de la revolución industrial llegaron a la cocina. La emancipación de la mujer en las sociedades occidentales provocó una demanda de electrodomésticos en todos los hogares. Así, la nevera eléctrica, la cafetera, el lavaplatos, el vaso triturador, la olla a presión, la tostadora, la licuadora, la montadora, la yogurtera, la inducción y, cómo no, el microondas, entre muchos otros ingenios, se introdujeron en las casas. Básicamente, lo que pretendían era automatizar procesos y, por tanto, ahorrar tiempo. La mayoría se publicitaban con el eslogan: «Con este aparato tendrás más tiempo libre».
En 1960 empezó a fraguarse la idea de un triturador-calentador para preparar comidas trituradas. La propuesta fue de una madre alemana que quería elaborar ella misma la comida de su bebé pero no encontraba ningún aparato doméstico que le permitiera triturar y calentar al mismo tiempo. Hasta 1971 no se comercializó la famosa Thermomix®, que tanto éxito ha cosechado en las cocinas profesionales y en las domésticas. Este aparato ya se vendió como «robot de cocina», concepto que produjo un gran impacto de mercado. Su gran aceptación hizo que aumentaran las propuestas de nuevos utensilios, en los cuales la automatización era el elemento clave.
En esa revolución culinaria los cocineros no tuvieron ningún protagonismo. A finales del siglo XX, en cambio, la creciente labor divulgativa de los chefs llevó consigo la participación de estos en el diseño y comercialización de nuevos aparatos, cuyo propósito era facilitar la preparación de las recetas que ellos mismos recomendaban.
En 1963, Pierre Verdun se inspiró en la labor de los hermanos Troisgros y Paul Bocuse, entre otros pioneros de la nouvelle cuisine, para diseñar una máquina que trituraba sólidos sin la necesidad de un medio líquido. Se bautizó con el nombre de Robot-coupe®. Según esos cocineros, era muy importante preservar el sabor de los productos; la posibilidad de triturarlos sin introducir ni siquiera agua conseguía ese objetivo.
«Robot» era ya un término con gancho comercial, por lo que se decidió que formara parte del nombre del aparato. Pero la principal novedad del mismo fue utilizar el prestigio de las vanguardias culinarias para darle credibilidad. La participación de los cocineros en el desarrollo del producto fue, pues, solo indirecta, pero constituyó un síntoma del cambio que se avecinaba.
A finales del siglo xx, pero sobre todo a comienzos del xxi, los cocineros empezaron a participar de forma mucho más directa en el diseño de aparatos para cocinar. Pensemos en el Roner, la adaptación culinaria del baño termostático que se presentó en 1997 y cuyo nombre responde a los acrónimos de los chefs Joan Roca y Narcís Caner. Al ofrecer una gran precisión en la cocción, este aparato permitió el desarrollo de un nuevo tipo de cocina que se extendió por todo el mundo [véase «Cocina al vacío», por Pere Castells; Investigación y Ciencia, marzo de 2010]. El año pasado, Roca y Salvador Brugués dieron un paso mas, adaptando el invento para uso doméstico. Nacía así el Rocook, el primer robot para cocinar al vacío. Cuenta con el soporte de aplicaciones multimedia y co- nexión a redes sociales.
Pero cuando hablamos de «robot», probablemente imaginamos un robot- cocinero que prepara la comida según la receta que se le ha proporcionado. Esta es la idea que Marcos Oleynik, matemático e informático, decidió convertir en realidad en 2014. Para ello buscó la colaboración del cocinero Tim Anderson y fundó Moley Robótica. En este ambicioso proyecto participan también el ingeniero de la Universidad Stanford Mark R. Cutkosky, experto en manos robóticas, y Shadow Robot Company, empresa dedicada a la robótica humanoide con experiencia en trabajos para la NASA. Mediante dos brazos articulados, el robot opera según un registro de los movimientos culinarios genera- dos previamente por Anderson. Está previsto que salga a la venta en 2017.
Otros proyectos novedosos en este campo se proponen aplicar la impresión 3D a la preparación de dietas personalizadas.
La obsesión por automatizar los procesos no debe olvidar que una parte de los usuarios quieren participar activamente en la elaboración del plato. Por tanto, los diseñadores de los nuevos robots harían bien en tener en cuenta que los aparatos deberán disponer de mecanismos de intervención no automatizada que permitan modificar las condiciones de trabajo.Con todo, lo que realmente va a mar- car el éxito o fracaso de los robots culinarios de última generación será la participación de los cocineros en el diseño y funcionamiento de los mismos, así como su conexión con las redes sociales para poder actualizar las recetas conforme se vayan generando nuevas propuestas.